Aún guardo en la memoria aquel curso de interpretación al que llegué, casi por casualidad. Aunque al principio lo viví con vergüenza, al final entendí que había encontrado el amor verdadero, la interpretación: una llama eterna, encendida en mí destinada a quedarse por siempre.
Fue entonces cuando comprendí lo que buscaba: ¿por qué resignarse a una sola vida, cuando en el arte se pueden habitar mil? Cada personaje es un universo; cada gesto, una existencia nueva que late y respira a través de uno mismo. Y así lo supe: la interpretación no era solo un hallazgo, sino un sueño cumplido, el privilegio de ser muchos sin dejar jamás de ser quien soy.
¿Existen realmente las casualidades, o son tan solo hilos invisibles del destino tejiendo encuentros que parecen azar?